Llevo días pensando este post.
Encontré las primeras fotos que le tomé a la Penny y me impresioné de lo chica, flaca, desconfiada y asustadiza que era. Corría , con su pata izquierda trasera suspendida en el aire, sin dirección clara, por toda la Escuelita de Peñalolén, donde vivía, llena de barro y mojada. A ratos, dejaba que le hiciera cariño, a cambio de galletas y miraba con cara de me vas a llevar, ¿cierto?.
Desde que le tomé esas fotos, han pasado 7 meses. 7 meses en los que ha subido 7 kilos (ya pesa 21) y ha hecho más de 7 maldades. A ratos, parece que no es mucho tiempo, pero todos los días siento que llegó a vivir con nosotros siendo muy pequeña, o al menos, sin saber nada de lo que sabe hoy.
La primera vez que comió en casa, vomitó por atarantada, porque seguramente, creía que le quitaríamos la comida. No sabía ni subir ni bajar las escaleras, se ponía tiesa y teníamos que subirla en brazos. Tampoco se había visto en un espejo, peleaba con su cola y aún le tiene miedo a las micros, a los poodles y a las personas con palos.
Aprendió a ladrar cuando necesita bajar al baño, a hacer gracias de perro (sit, la mano, down), a mear sólo en el balcón cuando no estamos para bajarla, a esperar a que le sirvan la comida y el agua, a mantenerse estoica frente a los kongs hasta que cerramos la puerta en la mañana cuando nos vamos a trabajar. Sigue leyendo