Trole

Fotografia del flickr de caterine

Me gusta viajar en trole. Es como ir en una película en cámara lenta, de esas mudas, mientras afuera todo pasa como en una película acelerada, en cámara rápida. Cuando más apurada estoy (obviando las veces en que estoy atrasada, estados distintos para mi) me gusta subirme a un trole. Es como si las revoluciones se calmaran.

Además, los pasajeros suelen ser tan distintos siempre. Pareciera que son un compacto de Valparaíso, donde la uniformidad no existe.

Hoy, por ejemplo, venía un grupo de adolescentes pokemones que hablaban de cosas que cada día entiendo menos. También había un trash de unos 22 años muy oscuro;, con unos audífonos grandes y unos lentes tan oscuros como él.

Un obrero de la construcción, quizás gásfiter, o maestro chasquilla. Bien aperao por cierto. Un abuelito con una boina negra. Un tipo de terno, bien oficinista, que miraba insistentemente su reloj. Y una mujer con una niñita de la mano y una guagua colgando de su canguro. Ella me llamó la atención porque todo el tiempo que estuvimos juntas sólo retó a la niñita. Mal.

Y yo. Que aproveché de retocarme un poco el maquillaje. Como no acostumbro pintarme, suelo rascarme los ojos y quedar con el rimel corrido. Peor.

Estábamos todos moviéndonos con la misma lentitud. Era un trole “nuevo”, esos tipo oruga. Aún así era como estar metida en un tiempo paralelo.

Manuel tiene razón cuando dice que en los troles siempre te tratan bien. Tanto los choferes como las choferas?. Hasta los inspectores que revisan los boletos son simpáticos. Diges como diría mi abuelita.

*Este post lo transcribo ahora. Originalmente, lo escribí mientras esperaba a mi nuevo hijo, en la libreta que me regaló la Carito.

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